Los combustibles fósiles siguen siendo la principal fuente de energía en el mundo, generando dependencia de recursos no renovables y causando impactos negativos tanto económicos como ambientales. Este panorama ha impulsado la búsqueda de fuentes de energía alternativas, como el biodiésel.
Aunque existen diversas generaciones de biodiésel, las materias primas de segunda generación —como cultivos no comestibles y residuos agroindustriales— son las más viables. Estas no compiten con la producción de alimentos y promueven el aprovechamiento de desechos, alineándose con los principios de la economía circular
En México, la industria del aceite de palma genera grandes cantidades de palmiste (el hueso del fruto), un residuo que normalmente se desecha. No obstante, su alto contenido de aceite lo convierte en una excelente materia prima para la producción de biodiésel.
Para hacer más rentable la producción de biodiésel, se emplean catalizadores híbridos que combinan enzimas biológicas (lipasa B de Candida antarctica) con soportes inorgánicos (monolitos de α-alúmina). Esta tecnología mejora la eficiencia de la reacción y permite reutilizar el catalizador, reduciendo significativamente los costos.
El uso del palmiste como fuente de biodiésel, junto con tecnologías innovadoras, representa una alternativa energética limpia, sostenible y económicamente viable, que contribuye a la transición hacia un futuro con menor dependencia de los combustibles fósiles.